lunes, 27 de enero de 2014

 Prólogo

            La literatura latinoamericana ha mantenido desde siempre una relación muy estrecha con la historia. A través del tiempo, nuestros escritores han demostrado un marcado y permanente interés por tratar  asuntos referentes a la historia, lejana o próxima en el tiempo. Esta inclinación a narrar los acontecimientos de nuestra realidad pretérita  no se manifiesta solamente en una  producción abundante de novelas históricas; en obras que no se definen como tales se incorporan muchas veces  sucesos  del pasado remoto o reciente, de modo que la trama ficcional termina por articular con ellos una reflexión sobre la historia.  Es posible que  esta característica sea una manifestación más de la necesidad atávica latinoamericana de preguntarse por la identidad cultural, explicable en naciones de todavía reciente  y turbulento nacimiento a la vida republicana independiente. Ficcionalizar el pasado es una manera de preguntarnos por los orígenes; pero más definidamente, constituye una manera de  esclarecer nuestro presente inestable y violento, compartido por  escritores y lectores.

            Conviene recordar la ambigüedad discursiva característica de la literatura latinoamericana desde las Cartas del Descubrimiento y las Relaciones de la Conquista  hasta la actualidad.  El cruce de géneros discursivos de la más diversa índole es una de las maneras en que se expresa el carácter mestizo y marginal de la cultura latinoamericana, que a través del tiempo siempre ha buscado comprender y representar su experiencia del mundo mediante la apropiación de los modelos culturales de las metrópolis. Como postuló en sus ensayos el escritor cubano Alejo Carpentier, la elaboración de un lenguaje literario adecuado para la narración de la experiencia de la realidad latinoamericana, sólo fue posible mediante la alteración y combinación barrocas de los géneros literarios y artísticos provenientes de las culturas centrales europeas.

Refiriéndose a esta inclinación al mestizaje de la literatura de ficción latinoamericana, en especial a los mecanismos de construcción narrativa de la  novela, Roberto González-Echevarría ha observado que la novela es un género narrativo que siempre ha operado parodiando discursos no literarios ni ficcionales, representativos del saber y del poder en cada sociedad y época[1]. Según este crítico cubano,  puede realizarse una periodización histórica de acuerdo a los distintos discursos de poder imitados y parodiados por la narrativa ficcional latinoamericana.  Durante la Conquista y la Colonia, señala, el discurso imitado y parodiado fue el Jurídico; a través del siglo XIX, lo fue el científico, desarrollado por los viajeros naturalistas en sus relatos y apuntes; en los fines del siglo XIX y las primeras décadas del XX, el discurso imitado por los narradores de ficción fue el antropológico, perspectiva con la cual los novelistas autores de las  llamadas “Novelas Ejemplares de América”, por ejemplo, pretendieron lograr una interpretación integral de la realidad latinoamericana y representarla en su particularidad; finalmente, a partir de la producción narrativa de mediados del siglo pasado, se desarrolla la denominada por González-Echevarría “ficción de archivo”, caracterizada por la integración paródica en el relato de todos los discursos anteriores, mediante una construcción narrativa que obedece a un punto de vista poético en la representación de la realidad latinoamericana. La “ficción de archivo”  incorpora los discursos representativos del poder a través de la historia latinoamericana (jurídico, científico, antropológico, histórico…) en contextos narrativos diferentes a los que les son originales y habituales, poniendo así en evidencia su carácter arbitrario y su carencia de verdad y vigencia para el lector actual. La organización y disposición narrativas de las ficciones de archivo incorporan y yuxtaponen en los relatos una gran variedad de discursos, incluyendo los fundacionales de Latinoamérica, constituyéndose así estas obras en verdaderos “mitos modernos”, por su función creadora de mundos poéticos que nos hablan de nuestros orígenes y construyen nuestra memoria.

Por otra parte, la ficción de archivo asume una función crítica y desmitificadora de los discursos de poder. Esta función la realiza en buena parte mediante  su construcción dialógica, polifónica y abierta, que le impide constituirse en discurso de autoridad: en ella se integran las distintas voces de la historia y es el lector quien debe interpretarlas y juzgar. Esta construcción de la ficción de archivo, carente de discursos narrativos monológicos y autoritarios, evita que su constitución como “mito moderno” que responde a nuestras interrogantes por el origen y el destino, se mantenga y asuma la función de un nuevo discurso de poder. Por el contrario, estas ficciones literarias contemporáneas constituyen instrumentos de crítica y reflexión sobre nuestra realidad histórica, mediante su construcción de mundos poéticos que presentan nuestra realidad criticando y cuestionando los imaginarios sociales que sustentan nuestra memoria histórica.

Es dentro de esos contextos que la crítica ha llamado la atención sobre un florecimiento de la novela latinoamericana de asunto histórico, cuya manifestación más destacada es la denominada por Seymour Menton “Nueva Novela Histórica Latinoamericana”. Esta narrativa de asunto histórico presenta una amplia variedad de formas narrativas y orientaciones estéticas, pero todas ellas comparten la intención de reflexionar sobre el estatus de la ficción literaria en relación con el discurso histórico y, por esa vía, inducir en el lector un proceso de cuestionamiento y renovación de los imaginarios y relatos constituyentes de su memoria histórica. El renacimiento de la novela histórica latinoamericana, por lo tanto, responde a una necesidad de debatir sobre las relaciones que el sujeto latinoamericano mantiene con su propio pasado y sobre la manera en que este modo de vincularse con su pretérito es influido por los relatos del discurso histórico dominante. Se trata, por lo tanto, de una narrativa literaria que responde a la pregunta por la función del escritor de ficción en la construcción de identidad cultural; y a las interrogantes sobre la verdadera naturaleza del  discurso histórico y el real papel de la poesía en la interpretación de la historia.

El trabajo de la profesora Sylvia Neira constituye un aporte al conocimiento y comprensión de este proceso literario de transformación y revitalización de la novela histórica latinoamericana. Ha elegido como objeto de estudio un valioso texto novelístico producido por un escritor costarricense relevante, perteneciente a la llamada por Cedomil Goic “generación de 1927”, a la que este mismo crítico identifica como fundadora de la novela contemporánea hispanoamericana.

En efecto, su investigación  está dedicada a la novela de José León Sánchez: Tenochtitlán. La última batalla de los aztecas.  Dedica la parte inicial a la exposición sobre los estudios clásicos de Amado Alonso y G. Lukacs sobre la novela histórica, que le permiten definir las características del texto tradicional de este género. Basándose en el estudio de Seymour Menton sobre la “nueva novela histórica latinoamericana”,  se refiere a las transformaciones más recientes del género en nuestro continente, tomando como  referente a la obra novelística de Alejo Carpentier, específicamente El reino de este mundo (1949).

La conclusión más importante que obtiene Sylvia Neira en este examen de la evolución de la novela histórica, consiste en el predominio de la dimensión poética en la elaboración narrativa de la historia que ofrece la novela contemporánea. En la novela histórica latinoamericana actual, afirma la profesora Neira, la figura del narrador  y su subjetividad aparecen como el punto de enunciación narrativa desde el cual se representa e interpreta la realidad histórica. Y ese “punto de hablada” espiritual es el centro de interés de la novela. El escritor actual de novelas históricas no pretende llevar a cabo una reconstrucción documentada y arqueológica de la historia objetiva; lo que le interesa mostrar, por el contrario, es el vínculo de la conciencia del sujeto con la realidad histórica: su vivencia e interpretación del acontecer histórico. En esa empresa tiene un lugar fundamental la imaginación.  

Es por esta razón que el  análisis textual de Tenochtitlán se centra precisamente en la instancia de enunciación narrativa de la novela. Los hechos narrados son desplegados como se reproducen en la conciencia de un indígena azteca que fue testigo de la derrota de su pueblo ante las fuerzas de Hernán Cortés y que reconstruye su memoria mucho tiempo más tarde, dando a su relato una función testimonial. 

El análisis del narrador y de su construcción del  relato como rememoración, permite a la autora de este ensayo comprobar que la obra de José León Sánchez incorpora muchos elementos propios de la novela histórica latinoamericana actual, entre ellos el diálogo y polémica con la versión que sustenta la historia oficial de los hechos y, también, la afirmación de la fe en la facultad poética creadora como medio para recuperar la memoria histórica.

Sylvia Neira subtitula su estudio: La otra historia, destacando de esta manera el sentido más profundo de la novela, consistente en el rescate de la voz de los vencidos. Portador de esa voz es el narrador: un anciano sacerdote azteca, a quien por su alta condición y elevado cargo, no solamente le correspondió ser angustiado testigo de la destrucción de su mundo, sino además asumir la condición de último poseedor del saber de esa cultura ya desaparecida. El comentario textual se detiene en las fluctuaciones del punto de vista narrativo, que fluctúa entre el del sacerdote que, integrante de los círculos del poder, experimenta el proceso de conquista y aniquilación de su pueblo; y el del anciano que narra cuando ya ese acontecer constituye un pretérito absoluto y el mundo azteca ya no existe.

De los dos espacios en que se organiza el mundo representado por la novela: el español y el indígena, sólo el primero de ellos se encuentra documentado y narrado por el vencedor; el segundo, demuestra el análisis de la profesora Neira, solamente es recuperable por parte del autor mediante la creación imaginativa de la figura del narrador indígena,  y junto con ella, la de todas las diversas voces a  que el sacerdote concede la palabra. El sentido de la novela, por lo tanto, es inseparable de su confrontación con la documentación oficial de la historia de la Conquista.

Queda claro, en consecuencia, que la obra de José León Sánchez se distancia polémicamente del carácter realista y arqueológico de la novela histórica tradicional, que se mantenía dentro de los límites dispuestos por el discurso de la disciplina histórica.  La documentación es consultada por el novelista para crear un mundo hipotético, interior, significativo de una interpretación de la historia. Implícitamente, afirma que la historia tiene muchas interpretaciones.

El novelista construye  la figura del sacerdote azteca como una metáfora de su concepción de la historia latinoamericana. Para ello, despliega varias estrategias narrativas. La más interesante, destacada por Sylvia Neira, consiste en su elaboración como  narrador testimonial y apocalíptico. El sacerdote narra situado más allá del fin de su mundo y, por eso, más allá de su tiempo. La función conservadora de la memoria de su pueblo que atribuye a su relato, hace que la condición apocalíptica de su discurso sugiera la esperanza en un “nuevo comienzo” para el cual entrega la información. De esta manera, observa Silvia Neira, la figura del narrador adquiere las proporciones de un símbolo de la Utopía identitaria latinoamericana; el sacerdote azteca termina por constituirse en un símbolo de la posibilidad para Latinoamérica de crear un discurso propio: histórico y literario.

Es bajo estas luces que cobra un hermoso sentido la interpretación del subtítulo de la novela que ofrece la autora: “La última batalla de los aztecas”. Esa última batalla, anunciadora de un mundo nuevo, es la novela misma. La batalla del escritor latinoamericano por recuperar, con la imaginación creadora, la memoria perdida, tiene proyecciones que superan la reconstrucción hipotética de un acontecer fundacional de nuestra historia. También se orienta a la creación de un Sujeto latinoamericano portador de un discurso identitario: Literario. Histórico. Cultural. Fundamentado en una Memoria activa, lúcida y reflexiva.


                                                                                                                                         
Eduardo Thomas Dublé
Universidad de Chile       




[1] González-Echevarría, Roberto (2000): Mito y archivo. Una teoría de la narrativa latinoamericana. México, Fondo de Cultura Económica.


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