Prólogo
La literatura latinoamericana ha
mantenido desde siempre una relación muy estrecha con la historia. A través del
tiempo, nuestros escritores han demostrado un marcado y permanente interés por
tratar asuntos referentes a la historia,
lejana o próxima en el tiempo. Esta inclinación a narrar los acontecimientos de
nuestra realidad pretérita no se manifiesta
solamente en una producción abundante de
novelas históricas; en obras que no se definen como tales se incorporan muchas
veces sucesos del pasado remoto o reciente, de modo que la
trama ficcional termina por articular con ellos una reflexión sobre la
historia. Es posible que esta característica sea una manifestación más
de la necesidad atávica latinoamericana de preguntarse por la identidad
cultural, explicable en naciones de todavía reciente y turbulento nacimiento a la vida republicana
independiente. Ficcionalizar el pasado es una manera de preguntarnos por los
orígenes; pero más definidamente, constituye una manera de esclarecer nuestro presente inestable y
violento, compartido por escritores y
lectores.
Conviene recordar la ambigüedad
discursiva característica de la literatura latinoamericana desde las Cartas del
Descubrimiento y las Relaciones de la Conquista
hasta la actualidad. El cruce de
géneros discursivos de la más diversa índole es una de las maneras en que se
expresa el carácter mestizo y marginal de la cultura latinoamericana, que a
través del tiempo siempre ha buscado comprender y representar su experiencia del
mundo mediante la apropiación de los modelos culturales de las metrópolis. Como
postuló en sus ensayos el escritor cubano Alejo Carpentier, la elaboración de
un lenguaje literario adecuado para la narración de la experiencia de la
realidad latinoamericana, sólo fue posible mediante la alteración y combinación
barrocas de los géneros literarios y artísticos provenientes de las culturas centrales
europeas.
Refiriéndose
a esta inclinación al mestizaje de la literatura de ficción latinoamericana, en
especial a los mecanismos de construcción narrativa de la novela, Roberto González-Echevarría ha
observado que la novela es un género narrativo que siempre ha operado
parodiando discursos no literarios ni ficcionales, representativos del saber y
del poder en cada sociedad y época[1].
Según este crítico cubano, puede realizarse
una periodización histórica de acuerdo a los distintos discursos de poder
imitados y parodiados por la narrativa ficcional latinoamericana. Durante la Conquista y la Colonia , señala, el
discurso imitado y parodiado fue el Jurídico; a través del siglo XIX, lo fue el
científico, desarrollado por los viajeros naturalistas en sus relatos y apuntes;
en los fines del siglo XIX y las primeras décadas del XX, el discurso imitado por
los narradores de ficción fue el antropológico, perspectiva con la cual los
novelistas autores de las llamadas
“Novelas Ejemplares de América”, por ejemplo, pretendieron lograr una
interpretación integral de la realidad latinoamericana y representarla en su
particularidad; finalmente, a partir de la producción narrativa de mediados del
siglo pasado, se desarrolla la denominada por González-Echevarría “ficción de
archivo”, caracterizada por la integración paródica en el relato de todos los discursos
anteriores, mediante una construcción narrativa que obedece a un punto de vista
poético en la representación de la realidad latinoamericana. La “ficción de
archivo” incorpora los discursos representativos
del poder a través de la historia latinoamericana (jurídico, científico,
antropológico, histórico…) en contextos narrativos diferentes a los que les son
originales y habituales, poniendo así en evidencia su carácter arbitrario y su
carencia de verdad y vigencia para el lector actual. La organización y
disposición narrativas de las ficciones de archivo incorporan y yuxtaponen en
los relatos una gran variedad de discursos, incluyendo los fundacionales de
Latinoamérica, constituyéndose así estas obras en verdaderos “mitos modernos”,
por su función creadora de mundos poéticos que nos hablan de nuestros orígenes
y construyen nuestra memoria.
Por
otra parte, la ficción de archivo asume una función crítica y desmitificadora
de los discursos de poder. Esta función la realiza en buena parte mediante su construcción dialógica, polifónica y
abierta, que le impide constituirse en discurso de autoridad: en ella se
integran las distintas voces de la historia y es el lector quien debe
interpretarlas y juzgar. Esta construcción de la ficción de archivo, carente de
discursos narrativos monológicos y autoritarios, evita que su constitución como
“mito moderno” que responde a nuestras interrogantes por el origen y el
destino, se mantenga y asuma la función de un nuevo discurso de poder. Por el
contrario, estas ficciones literarias contemporáneas constituyen instrumentos
de crítica y reflexión sobre nuestra realidad histórica, mediante su
construcción de mundos poéticos que presentan nuestra realidad criticando y
cuestionando los imaginarios sociales que sustentan nuestra memoria histórica.
Es
dentro de esos contextos que la crítica ha llamado la atención sobre un florecimiento
de la novela latinoamericana de asunto histórico, cuya manifestación más
destacada es la denominada por Seymour Menton “Nueva Novela Histórica
Latinoamericana”. Esta narrativa de asunto histórico presenta una amplia
variedad de formas narrativas y orientaciones estéticas, pero todas ellas
comparten la intención de reflexionar sobre el estatus de la ficción literaria
en relación con el discurso histórico y, por esa vía, inducir en el lector un
proceso de cuestionamiento y renovación de los imaginarios y relatos
constituyentes de su memoria histórica. El renacimiento de la novela histórica
latinoamericana, por lo tanto, responde a una necesidad de debatir sobre las
relaciones que el sujeto latinoamericano mantiene con su propio pasado y sobre
la manera en que este modo de vincularse con su pretérito es influido por los
relatos del discurso histórico dominante. Se trata, por lo tanto, de una
narrativa literaria que responde a la pregunta por la función del escritor de
ficción en la construcción de identidad cultural; y a las interrogantes sobre la
verdadera naturaleza del discurso
histórico y el real papel de la poesía en la interpretación de la historia.
El
trabajo de la profesora Sylvia Neira constituye un aporte al conocimiento y
comprensión de este proceso literario de transformación y revitalización de la
novela histórica latinoamericana. Ha elegido como objeto de estudio un valioso
texto novelístico producido por un escritor costarricense relevante,
perteneciente a la llamada por Cedomil Goic “generación de 1927” , a la que este mismo
crítico identifica como fundadora de la novela contemporánea hispanoamericana.
En
efecto, su investigación está dedicada a
la novela de José León Sánchez: Tenochtitlán.
La última batalla de los aztecas. Dedica
la parte inicial a la exposición sobre los estudios clásicos de Amado Alonso y
G. Lukacs sobre la novela histórica, que le permiten definir las
características del texto tradicional de este género. Basándose en el estudio
de Seymour Menton sobre la “nueva novela histórica latinoamericana”, se refiere a las transformaciones más
recientes del género en nuestro continente, tomando como referente a la obra novelística de Alejo
Carpentier, específicamente El reino de
este mundo (1949).
La
conclusión más importante que obtiene Sylvia Neira en este examen de la
evolución de la novela histórica, consiste en el predominio de la dimensión
poética en la elaboración narrativa de la historia que ofrece la novela
contemporánea. En la novela histórica latinoamericana actual, afirma la
profesora Neira, la figura del narrador
y su subjetividad aparecen como el punto de enunciación narrativa desde
el cual se representa e interpreta la realidad histórica. Y ese “punto de
hablada” espiritual es el centro de interés de la novela. El escritor actual de
novelas históricas no pretende llevar a cabo una reconstrucción documentada y arqueológica
de la historia objetiva; lo que le interesa mostrar, por el contrario, es el
vínculo de la conciencia del sujeto con la realidad histórica: su vivencia e
interpretación del acontecer histórico. En esa empresa tiene un lugar
fundamental la imaginación.
Es
por esta razón que el análisis textual
de Tenochtitlán se centra
precisamente en la instancia de enunciación narrativa de la novela. Los hechos narrados
son desplegados como se reproducen en la conciencia de un indígena azteca que
fue testigo de la derrota de su pueblo ante las fuerzas de Hernán Cortés y que
reconstruye su memoria mucho tiempo más tarde, dando a su relato una función
testimonial.
El
análisis del narrador y de su construcción del
relato como rememoración, permite a la autora de este ensayo comprobar
que la obra de José León Sánchez incorpora muchos elementos propios de la novela
histórica latinoamericana actual, entre ellos el diálogo y polémica con la
versión que sustenta la historia oficial de los hechos y, también, la
afirmación de la fe en la facultad poética creadora como medio para recuperar
la memoria histórica.
Sylvia
Neira subtitula su estudio: La otra
historia, destacando de esta manera el sentido más profundo de la novela,
consistente en el rescate de la voz de los vencidos. Portador de esa voz es el
narrador: un anciano sacerdote azteca, a quien por su alta condición y elevado cargo,
no solamente le correspondió ser angustiado testigo de la destrucción de su
mundo, sino además asumir la condición de último poseedor del saber de esa
cultura ya desaparecida. El comentario textual se detiene en las fluctuaciones
del punto de vista narrativo, que fluctúa entre el del sacerdote que,
integrante de los círculos del poder, experimenta el proceso de conquista y
aniquilación de su pueblo; y el del anciano que narra cuando ya ese acontecer
constituye un pretérito absoluto y el mundo azteca ya no existe.
De
los dos espacios en que se organiza el mundo representado por la novela: el
español y el indígena, sólo el primero de ellos se encuentra documentado y
narrado por el vencedor; el segundo, demuestra el análisis de la profesora
Neira, solamente es recuperable por parte del autor mediante la creación imaginativa
de la figura del narrador indígena, y junto
con ella, la de todas las diversas voces a que el sacerdote concede la palabra. El
sentido de la novela, por lo tanto, es inseparable de su confrontación con la
documentación oficial de la historia de la Conquista.
Queda
claro, en consecuencia, que la obra de José León Sánchez se distancia polémicamente
del carácter realista y arqueológico de la novela histórica tradicional, que se
mantenía dentro de los límites dispuestos por el discurso de la disciplina
histórica. La documentación es
consultada por el novelista para crear un mundo hipotético, interior,
significativo de una interpretación de la historia. Implícitamente, afirma que
la historia tiene muchas interpretaciones.
El
novelista construye la figura del
sacerdote azteca como una metáfora de su concepción de la historia
latinoamericana. Para ello, despliega varias estrategias narrativas. La más
interesante, destacada por Sylvia Neira, consiste en su elaboración como narrador testimonial y apocalíptico. El
sacerdote narra situado más allá del fin de su mundo y, por eso, más allá de su
tiempo. La función conservadora de la memoria de su pueblo que atribuye a su
relato, hace que la condición apocalíptica de su discurso sugiera la esperanza
en un “nuevo comienzo” para el cual entrega la información. De esta manera,
observa Silvia Neira, la figura del narrador adquiere las proporciones de un
símbolo de la Utopía
identitaria latinoamericana; el sacerdote azteca termina por constituirse en un
símbolo de la posibilidad para Latinoamérica de crear un discurso propio:
histórico y literario.
Es
bajo estas luces que cobra un hermoso sentido la interpretación del subtítulo
de la novela que ofrece la autora: “La última batalla de los aztecas”. Esa
última batalla, anunciadora de un mundo nuevo, es la novela misma. La batalla
del escritor latinoamericano por recuperar, con la imaginación creadora, la
memoria perdida, tiene proyecciones que superan la reconstrucción hipotética de
un acontecer fundacional de nuestra historia. También se orienta a la creación
de un Sujeto latinoamericano portador de un discurso identitario: Literario.
Histórico. Cultural. Fundamentado en una Memoria activa, lúcida y reflexiva.
Eduardo Thomas Dublé
Universidad de Chile
[1] González-Echevarría, Roberto (2000): Mito y archivo. Una teoría de la narrativa latinoamericana. México,
Fondo de Cultura Económica.